No lo creíamos posible. No lo queríamos posible.
Lo deséabamos, pero apenas como idea, como mero fantasma: la solipsista proyección de nuestra soledad. ¿Acaso tenía su rostro una forma, sus ojos un color?
Pero ahora es idea y materia, real por sí mismo. Y está frente a nosotros. ¿Qué haremos con este príncipe azul de pantalón corto y medias a rayas, con esta princesa que ronca?
Serenamente hila, devana, crea lazos (y el color del trigo). Y nosotros: gratitud y espanto. Porque nos da y nos pide tanto todo el tiempo. Porque entrega y exige. Porque contesta y pregunta. Porque abriga y desnuda.
No podríamos cortar el tenue lazo, ni quisiéramos. No nos atrevemos a estrecharlo, ni sabríamos.
Es inútil negarnos o desconocernos. Simplemente seguiremos contemplando (desde adentro) la trama del tapiz que tranquilamente teje, indiferente ante nuestra preocupación por el desvergonzado derroche de rosas y de guitarras...
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