martes, 25 de mayo de 2010

Fontane di Roma

Sucedió que, mucho antes que Cortázar, hubo varios que descubrieron o sospecharon que existe un íntimo corazón acuoso que anima desde abajo a todas las fuentes de Roma. Entendieron de golpe cómo es que se sostienen, qué influencia evita que decaigan y se pierdan irreparablemente, qué fuerza misteriosa impide que se desintegren de manera irremediable para terminar en ruinosos montones de piedra y sal.

Se comprende que desde entonces vivieron para y por ese misterioso ente pulsátil. Se instalaron alli y dedicaron todo el tiempo posible a tratar de localizar el corazón, a escucharlo, a medirlo, a tocarlo, a sentirlo, a entender sus ritmos y latidos, a vivir sus tiempos variables pero seguros.

O tal vez no se comprende en absoluto. Después de todo, lo más razonable es suponer que no hay tal cosa. Las aguas no laten. Cada fuente tiene un destino separado de las demás. No hay ninguna influencia misteriosa que sostenga los aparentemente incansables chorros de agua.

Así se les explicó con claridad a estas personas. Pero ya sea porque el alma tiene razones que la razón no comprende, ya sea simplemente porque el alma no entiende razones de ningún tipo, aquel grupo de buscadores del corazón de las fuentes persistió en sus propósitos. Y consiguieron aún persuadir a otros, de modo que cuando los primeros se hicieron demasiado ancianos para manejar pico y pala y para descender bajo tierra y moverse entre galerías siempre húmedas y oscuras, hubo quien los reemplazara. Y los buscadores perduraron por años y años, y perduran todavía.

En vano se les repitieron una y otra vez las razones de lo absurdo de tal empresa. En vano se intentó hacerlos razonar. "Pero esa música", decían. Es imposible discutir con esas gentes. "Esa música". Y el canto que vive en la música.

De modo que ellos persistieron en su empresa. Y así hicieron cosas sublimes. E hicieron cosas despreciables.

Hoy en día, es imposible vivir en Roma. Un puñado de fuentes desperdigadas entre un montón de escombros. Casi imposible desplazarse de un punto a otro. Barro por doquier. Casas prácticamente aisladas unas de otras. Disputas feroces entre distintas facciones de los buscadores.

Aún así, sigue habiendo gente que va a vivir a Roma y se une a los buscadores. Incomprensible.

Es posible visitar Roma y hablar con los buscadores. Algunos son muy amables y conversadores, y se puede hablar con ellos durante horas. La visita vale la pena. Pero los buscadores siguen siendo inexplicables. Si se les pide razón de su búsqueda, suelen comenzar con explicaciones que ellos mismos reconocen insatisfactorias. Presionados, se limitan a señalar las fuentes. "Esa música...", dicen.

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