jueves, 5 de febrero de 2009

Cuento sin torre y sin princesa

Era entrada ya una noche tibia de primavera en La Habana. Con voluntad, determinación y celeridad del todo ajenas a la noche, a la primavera y a La Habana, un caballero caminaba las calles del Vedado. Alejado de la zona más frecuentada por los turistas, marchaba decidido hacia el Malecón por una calle casi desierta.

Una mujer de unos veinticinco años (y no era fea) caminaba en dirección opuesta con paso rápido como el suyo y por la misma vereda. Él apenas la miró, pero cuando se cruzaron, ella lo tomó por un instante del brazo (y era bonita) y le preguntó la hora. Se separaron en seguida, pero durante aquél instante, con su mano tibia ella se había aferrado a él con urgencia, con ansiedad, con angustia casi, como si en lugar de preguntar la hora hubiera preguntado por la hora de su muerte. El caballero caminó unos pasos, mientras la urgencia y la ansiedad y la tibieza le subían hasta el hombro. Se detuvo, se dio vuelta.

La muchacha (y era muy bonita) se había dado vuelta un instante antes, y su pollera, larga hasta los tobillos y clara y amplia y leve, giraba todavía, retrasada respecto de su dueña después de la brusca media vuelta. Entonces ella (y era hermosa), con mirada suplicante y voz de princesa encerrada en la torre más alta dijo:

-- ¡Llévame! -- y la brisa que precisamente llegaba desde el Malecón movió justo a tiempo sus cabellos negros y algo ondulados, despejando su cara apenas morena y sus bellísimos ojos negros.

¿Acaso necesita un caballero algo más para desmontar inmediatamente, trepar sin demoras hasta la ventana de la torre y allí mismo desfacer entuertos (faciendo quizás algún otro en el apuro)? Y nuestro caballero, instantes antes tan apurado, montaba, sí, el potro de la sensibilidad, el deseo y la decisión. Pero portaba también (¡ay!) la armadura de la experiencia, el esceptisimo y la desazón. De modo que cesó la brisa, y giró ella y giró luego la pollera, siguiéndola obediente, y marcharon las dos tierra adentro a estrujar otros brazos y desmontar otros cabablleros, porque él, con indiferencia, con fatalismo, con íntima tristeza, dijo solamente:

-- Once y cuarto.

3 comentarios:

Daniela dijo...

Me hiciste emocionar con algunas entradas que publicaste! ojala sigas escribiendo

terricola dijo...

Hola Daniela, gracias por comentar. Me alegro de que haya sido así. Sigo escribiendo despacito así que algo vendrá. Date otra vuelta cuando quieras.

princesa gaturra dijo...

terricola son muchas entradas espero que tambien pueda aser yo tantas jiji